Hace tiempo que no me paro a pensar lo que pasa a mi alrededor, que pasa el tiempo y no me doy cuenta de la velocidad que lleva, y al final pasa, pasa la vida y con ella todo lo que la acompaña. Al pensar en el ayer parece que aun estábamos en verano, bajo los chorros a unos treinta grados a la sombra, y donde la mejor escusa para abrazarnos era esa sensación de cuando las gotas golpeaban débilmente nuestra piel y ese roce entre nuestros cuerpos hiciera que el mundo se parará, pero para nuestra sorpresa ya llego noviembre, con el viento sobre tu cara y aquel chocolate que se deja consumir por el aire de otoño; con tu mano fría contra la mía, como si alguna de las dos pretendiera fallidamente disminuir el frió, tan inútil el intento como evitar que el corazón no de un vuelco cada vez que te ve aparecer bajando tus escaleras a las ocho menos cuarto cada mañana. Al pasar el tiempo las cosas cambian, ves que las cosas cada día varían en algún sentido, pero al mirar para atrás hay tantas cosas que ya no están, y no volverán a estar como antes. Pero con el paso del tiempo solo quiero que la frecuencia entre tus pequeñas carcajadas disminuya, y que sea inversamente proporcional al tiempo para besarte, abrazarte y verme reflejada en esos ojos verdes-marrones que son mi vicio junto con tu sonrisa y tu forma de mirar, con todas mis fuerzas te juraría lo eterno en cualquier momento y en cualquier lugar, con tal de que creyeses en este por siempre.
